Alguien me dijo una vez que todos los sueños pueden cumplirse, que sólo tenemos que ir a por ellos, dar el primer paso y poco a poco el camino va apareciendo hasta llegar a cumplirlos.
Yo siempre había estado fantaseando con hadas y duendes, solía escribir sobre el bosque que hay tras la colina cerca de mi casa, imaginaba que estaba encantado y que extrañas criaturas lo habitaban.
Un día me decidí a explorar por mí misma el verdadero bosque, ser yo la protagonista de mi propia historia y averiguar qué había de real en mis cuentos.
Aquella tarde caminé hasta lo alto de la colina y desde allí admiré con entusiasmo la arboleda, me armé de valor y me adentré en el bosque. Había cambiado el lápiz por una linterna y esa era mi única compañera en la aventura. A pesar del miedo, estaba deseosa de que algo mágico aconteciera en aquel atardecer.
Centenarios robles hacían del encantador paisaje un ambiente de fantasía, casi podía ver flotar en el aire el polvo mágico de las hadas.
Paseé durante algo más de una hora y lo único extraordinario que pude ver fue una ardilla correteando por las ramas y unos jabalíes que huyeron de mí, la decepción empezaba a aflorar, pensé que tal vez la vida real no era tan apasionante como en los cuentos.
Ya estaba oscureciendo y por lo menos iba a tener excusa para utilizar la linterna de vuelta a casa. Mientras trasteaba en mi bolsillo para cogerla, sentí una presencia detrás de mí, me giré fugaz, pero allí no había nada ni nadie, probablemente estaba sugestionada con la idea de que algo fantástico podía ocurrir. Encendí por fin la linterna para cerciorarme de que no había nada y lamentablemente así fue. Cuando me volví para regresar, el foco de la linterna se topó de frente a un gato negro que permanecía sentado en medio del estrecho camino con la mirada fija en mí e impasible a pesar de deslumbrarle.
- Gatito - le llamé con tono cariñoso y me acerqué un par de pasos con intención de acariciarle. El gato seguía inmóvil, me agaché despacio y alargué mi mano para que pudiera olerme y entendiera mis intenciones, me fijé entonces en que tenía un cascabel en el collar, cuando sus ojos se posaron en mi mano a tan sólo un palmo de distancia, se le encogieron aún más las pupilas y por un instante me asusté, estaba convencida de que iba a recibir un zarpazo en cuestión de segundos, pero no fue así, olfateó el aire, me miró de nuevo a los ojos, se le dilataron las pupilas tornando sus ojos casi negros por completo y de un salto echó a correr por entre los árboles. Me incorporé de inmediato pero el gato ya había desaparecido entre los arbustos, el tintineo de su cascabel se alejó hasta dejarse de oír en un instante, en ese momento advertí que el cascabel no había sonado cuando el felino se acercó ni al sentarse frente a mí, al darme cuenta además de que la iluminación que otorgaba la linterna era un tanto tenebrosa, empecé a sentir miedo a pesar de querer vivir una aventura, no estaba segura de ser lo bastante valiente como para continuar una historia sin saber si era de las que acaban bien. Así que decidí pensarlo mientras caminaba de regreso a casa a paso ligero.
Cada vez estaba más oscuro y el ruido de mis propios pasos me hacía estremecer. Al fin en la lejanía podía ver la anaranjada luz de las farolas, anhelaba ahora la seguridad de las calles asfaltadas. Como si algo tras de mí me azechara, temía echar a correr por si se abalanzaba sobre mí como a una presa y temía ir demasiado despacio por si me alcanzaba, sólo deseaba traspasar los últimos robles... Pero justo antes de llegar escuché el suave sonido del cascabel, como una última llamada a no abandonar aún ese mágico mundo, así que me detuve y me volteé enfocando a un lado y a otro con la temblorosa luz que me guiaba, entonces el gato cruzó lentamente contoneándose con las plantas, me miró y maulló, me sobresalté al oirle, "sólo es un gato" me dije a mí misma en un intento por calmar mi agitada respiración. El gato continuó avanzando adentrándose de nuevo en el bosque, pero despacio y maullándome, increpándome a seguirle, o eso deduje yo, así que "no tengo otra opción" pensé. El gato y su cascabel me llevaron hasta una fuente donde una pequeña cascada natural formaba un estanque, dejé de ver al gato pero otra cosa llamó mi atención, un hermoso diente de león se alzaba sobre las demás plantas, no pude evitar la tentación y lo arranqué, cerré los ojos y pedí un deseo, abrí los ojos y soplé con fuerza para que todas las semillas salieran volando y que se cumpliera mi deseo, pero ninguna se movió, volví a soplar con más ímpetu pero ni una sola semilla se desprendió de la bella flor. ¡Aquello era inaudito! Entonces vi de nuevo al gato junto al agua casi dándome la espalda.
- Gatito - le llamé, pero parecía ignorarme, siseé para llamar su atención pero hizo caso omiso, entonces chasqueé los dedos, inexplicablemente en ese instante todas las semillas del diente de león que sujetaba en la mano echaron a volar suavemente, acariciando el aire, me quedé atónita pues ni tan siquiera había soplado el viento.
El gato me miró expectante, en cuanto me planteé la idea de que chasquear los dedos había tenido algo que ver, volví a hacerlo levantando la mano hacia el cielo y montones de luciérnagas iluminaron el lugar revoloteando sobre el agua, ¡era extraordinario! Miré al gato y éste parecía sonreír de satisfacción, enloquecida por la emoción, chasqueé los dedos hacia él y entonces se puso a hablar:
- Soy Katze, la gata que guarda el bosque y guía a quienes buscan respuestas. Todo aquello que desees es posible, aquí, en este bosque, sólo hace falta chasquear los dedos, en otros lugares sólo debes hallar la forma para hacer cualquier cosa realidad, pero siempre es tan sencillo como desearlo. - Mi perplejidad por oirle me dejó muda pero empecé a plantearme qué podía desear, ella prosiguió - cuando salgas de este bosque olvidarás lo que ha ocurrido, pero inconscientemente recordarás lo que te he dicho - me entristecí y le repliqué:
- Pero yo no quiero olvidarlo -
- Entonces deséalo - contestó.
Contenta chasqueé los dedos, entonces una brillante cinta azul apareció atada en un lazo al tallo de la flor que aún sostenía.
- átatelo en la muñeca y podrás recordar de donde proviene - explicó la gata y me lo anudé con fuerza.
Cuando abandoné ese lugar, crucé los últimos árboles agarrando con firmeza el lazo azul de mi muñeca temiendo que pudiera desaparecer, pero tras llegar a la calle, iluminada ya por la luz de las farolas, me miré la mano y ahí seguía la cinta, miré atrás, observé el bosque y vi a un montón de gatos que me miraban, en el centro; Katze, la gata negra tenía una mirada cálida de despedida, no había olvidado nada, su recuerdo y sus consejos permanecían en mi memoria para guiarme tanto dentro como fuera del bosque.
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